3 Demanda interna y bonanza del consumo: ¿por buen camino?
Publicado en Página Siete, marzo 26, 2023
El modelo económico social comunitario productivo en debate (3)
Demanda interna y bonanza del consumo: ¿por buen camino?
No se trata de crecer; hay que escoger cómo crecer
Más allá de los cuestionamientos a la
calidad del PIB como indicador de bienestar, el análisis realizado a las
magnitudes, al comportamiento de sus estructuras y, naturalmente, a las tasas
de crecimiento del PIB y de sus componentes, reflejan los efectos reales de las
políticas sobre la gente, más allá del discurso que acompaña a las políticas. Como
las identidades contables básicas (las
estructuras del ingreso y del gasto del PIB), son “verdades por definición”
(verdades axiomáticas), no están abiertas a debates teóricos, evitando la
complejidad –y subjetividad, de debates políticos y académicos afincados en
cifras o teorías.
El comportamiento del PIB reflejado en las tendencias de las
cuentas de ingreso y consumo, sugiere
que, bajo el MESCP, el crecimiento se sustenta en la inversión pública y la
exportación de materias primas, por el lado del consumo, y en la presión
tributaria por el lado del ingreso. Como inferencia tentativa adicional, por la
naturaleza regresiva de los impuestos en Bolivia, la mayor presión fiscal redujo,
tanto la participación de las remuneraciones en la distribución del ingreso,
como su poder adquisitivo porque los impuestos inflan el precio final de los
productos; ambos efectos aportarían a la caída del consumo efectivo de los
hogares.
En
general, del comportamiento de las cuentas de consumo (gasto) y sus incidencias
en la tasa del crecimiento, se debería poder inferir vínculos con factores como
precios internacionales, exportaciones netas, los términos de intercambio, y
otros que, a su vez, se vinculan a la política monetaria, al tipo de cambio,
los déficit comercial y fiscal, etc.; inversamente, la forma bajo la que la
economía nacional se inserta en los mercados mundiales, incide en la calidad
social del crecimiento.
Por
ejemplo, como la producción requiere necesariamente de una demanda suficiente que
la pueda absorber, el crecimiento de la capacidad productiva necesita de la existencia
de idóneos mecanismos de distribución del ingreso que aseguren a los hogares
(trabajadores) la capacidad de consumo compatible con la capacidad del aparato productivo.
En consecuencia, la calidad del empleo vinculado a la generación de valor
agregado, es la condición necesaria para un crecimiento con desarrollo.
Pero si el
factor dominante del crecimiento son exportaciones de materias primas obtenidas
con procesos mecanizados (intensivos en capital, poco generadores de empleo)
que, además, dan al Estado (o a los otros actores económicos) la capacidad de
importar los bienes necesarios para satisfacer las demandas internas, el
crecimiento resultante conducirá a una economía que, al privilegiar las rentas
mercantiles sobre la diversificación productiva (que agrega valor y genera
empleo), solo concentrará la riqueza, acentuando la pobreza y la desigualdad.
¿Cómo
califica nuestro crecimiento por la estructura de la demanda interna?
Los aportes de la
demanda (consumo), la inversión y el comercio
Al analizar el crecimiento de la
economía a partir de la demanda (el consumo), se distinguen tres componentes:
la “demanda global interna” (DGI) que incluye el consumo interno (suma del consumo
del gobierno y el de los hogares) más las inversiones (“formación de capital
fijo”); las exportaciones, la demanda externa por bienes producidos en Bolivia;
y las importaciones, el valor del consumo interno que ha sido producido en el
exterior. La diferencia entre el valor de las exportaciones menos el valor de
las importaciones, son las “exportaciones netas” (Xn), de manera que, el PIB,
es la suma de la DGI más las exportaciones netas.
El crecimiento de cada componente, “incide”
en el crecimiento del PIB en proporción a la importancia que la política
económica asigna al componente. Por la forma como se calculan, el crecimiento
del PIB es la suma de las incidencias de los componentes.
Entre 1990 y 2005, el crecimiento promedio
del PIB fue 3,56%, resultado de un crecimiento de 3,40% en la Demanda Global
Interna, más 0,16% por exportaciones netas (saldo comercial positivo). A su
vez, al crecimiento de la DGI (3,40%), incidieron el crecimiento en gasto del
gobierno (0,39%), el del consumo de los hogares (2,31%), y el de las
inversiones (0,70%).
Entre 2006-19, el crecimiento promedio fue
1,1pp (puntos porcentuales) más que en 1990-05 alcanzando a 4,67%. Según los
voceros oficiales, el crecimiento mayor se debe a la prioridad que el modelo económico
asigna a la demanda interna. En efecto, la incidencia del consumo de los
hogares pasó de 2,31% a 3,22% (un aumento de 40%), la del consumo del gobierno pasa
de 0,39% a 0,57% (un 50% más), y la de las inversiones (FBKF) aumentó de 0,70%
a 1,50%, más de 120% respecto a su incidencia en 1990-05. Pero a diferencia del
período inicial en el que el saldo comercial fue positivo, en 2006-19 la incidencia
de las exportaciones netas es negativa
(-0,62%) porque las importaciones superan a las exportaciones.
¿Cómo esperaríamos que, el cambio en
estas dos tendencias, afecten a las personas?
Primero, con menos exportaciones, las
recaudaciones fiscales (p.e., IDH) se reducen y afectaría también el excedente
empresarial (menor utilidad en YPFB), reduciendo los ingresos. Segundo, mayor
importación de bienes de consumo absorbe más del ingreso disponible (del gobierno
y de los hogares), lo que desplaza a bienes producidos internamente.
En estas condiciones, si la inversión
no está directamente orientada a aumentar la capacidad del aparato productivo a
corto plazo, el menor consumo de productos nacionales limita el empleo y la
remuneración al trabajo, baja su capacidad de consumo, reduce el excedente
empresarial y la recaudación de impuestos asociados a la producción y venta de
los productos. De no mediar otros factores, el crecimiento sería solo un
“crecimiento contable” porque, el mayor nivel de inversiones, sube la
incidencia de la DGI, pero no se traduce en generación de valor, de empleo y de
capacidad de consumo.
Éste parece ser el caso desde 2006: el
valor de las importaciones respecto al consumo total aumenta 13,2 pp: del 31,2%
al 44,4%; en relación al consumo de los hogares, las importaciones pasan del
37% al 55%, un aumento de 18 pp. El significativo avance de las importaciones sobre
la producción nacional, tendría que estar vinculado a las pérdidas en la cantidad
y la calidad del empleo que muestran las estadísticas: la informalidad y la
precariedad del empleo pasaron de un 60% en 2005 a casi el 85% en la
actualidad.
Los “daños colaterales” del estilo de crecimiento
Finalmente, de una lista mayor que
construiremos en las sucesivas entregas, mencionamos dos efectos dañinos para
la calidad social del crecimiento que destacan en los esquemas hasta aquí
analizados: el contrabando y la presión fiscal.
La realidad cotidiana de las personas,
es consecuencia de la orientación de las políticas, pero lo es también del
marco en el que se aplican esas políticas. Como ejemplo específico, en Bolivia
las importaciones tienen un impacto mucho mayor que en economías “formales”; su
negativa incidencia en el aparato productivo, es mayor porque el valor real de
las importaciones está ampliamente subvalorado en las cuentas nacionales, que solo
registran las procesadas a través de la Aduana Nacional.
Se estima que el valor de bienes de consumo
que ingresan vía contrabando, podrían llegar a tres mil millones de dólares, duplicando
fácilmente importaciones legales de estos bienes. Esta oferta ilegal, como
analizamos posteriormente, además de anular el beneficio potencial que los
“bonos” podrían tener para dinamizar la demanda a la producción nacional, sería
la causa para que, entre 2006 y 2019, el 85% del 1,100,000 personas que se
sumaron a la población ocupada, lo hicieran como “cuenta-propistas”, mayormente
informales dedicados al comercio.
Estrechamente vinculada a lo anterior,
la presión fiscal orientada únicamente por metas de recaudación, reduce la
participación de la remuneración al trabajo en la distribución del ingreso; pero
la reducción del ingreso laboral se traduce en menor consumo de los hogares en
un grado mayor de lo que sugieren las cuentas del ingreso. Por el método de
cálculo que el INE emplea, el PIB se calcula directamente a partir del consumo
interno, inversiones y el comercio internacional; de este total resta las
recaudaciones tributarias registradas, y el total de las planillas laborales de
pago. Por diferencia, calcula el valor del Excedente Bruto Empresarial (EBE =
PIB – IMP – REM).
En consecuencia, el excedente
empresarial estimado, es “libre de impuestos”. Pero como los impuestos son
mayormente indirectos –los paga el consumidor final, la capacidad de consumo de
la gente está afectada, primero, por la menor participación de las
remuneraciones en el ingreso nacional y, segundo, porque de ese (menor) ingreso
laboral, los asalariados (y auto empleados) aún deben pagar todos los impuestos
recaudados en el mercado interno.
Como resultado, los impuestos son parte
cada vez mayor del ingreso nacional, y su magnitud pasó de ser el equivalente
del 38% de la remuneración total a los trabajadores como promedio entre
1991-2005, al 80% entre 2006-2015. Esta es la proporción más alta de
recaudaciones tributarias respecto a la remuneración al trabajo en América Latina,
por lo que el ingreso neto disponible de los asalariados bolivianos –su
capacidad efectiva de consumo, es mucho menor, reduciendo aún más el mercado
interno y su capacidad base para diversificar la producción con creación
oportunidades de empleo.
Desde 2006 el
crecimiento del PIB refleja el aumento de la Demanda Global Interna “jalada”
por mayor inversión pública, un consumo del gobierno relativamente constante, y
reducción del consumo de los hogares. El valor de las importaciones crece respecto
al consumo privado. En particular, el que las importaciones estén desplazando a
la producción interna, explicaría la creciente informalidad laboral, y la
concentración del ingreso en sectores extractivo-rentistas.
Desde la
perspectiva de la calidad social del crecimiento, no sería la forma saludable
de crecer porque no es una estrategia sostenible, ni es pertinente para reducir,
estructuralmente, la pobreza y la desigualdad.



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