6 Empleo digno, condición para el crecimiento con desarrollo

Publicado en Página Siete, abril 16, 2023 

El Modelo Social Económico Productivo en debate (6)

Empleo digno, condición para el crecimiento con desarrollo

El empleo no es un objetivo de la “política”, menos aún de los “políticos”

El manejo de políticas públicas, desprecia el rol del empleo como factor determinante de la calidad –y magnitud, del crecimiento. En la Bolivia del Siglo XXI, más del 85% de la población ocupada se ubica en el sector informal, sinónimo de alta precariedad, baja productividad, y muy bajos aportes a la generación y agregación de valor. La última década muestra un mayor crecimiento del empleo informal que del formal, en actividades extractivo-rentistas antes que en las productivas que generan valor agregado y empleo, y, en particular, en el sector público más que en el privado, aunque sabemos que la administración pública genera los obstáculos burocráticos que han sido identificados hace 40 años como causas que limitan las inversiones generadoras de valor y empleo.


Entre 2006 y 2019, de casi 1.200.000 personas que se sumaron a la población ocupada, hay una pérdida neta de puestos de trabajo en agricultura, manufactura y servicios profesionales (-8%), en tanto que ocupaciones informales en el comercio, los servicios, la construcción y el transporte, representan la casi totalidad de las incorporaciones a la población ocupada. De hecho, el 70% de las incorporaciones al mercado laboral, son “cuentapropistas”.


Sumada a las tendencias mencionadas, la productividad laboral en Bolivia es la más baja de la región: ésta es una de las principales razones para la persistencia de la pobreza a pesar de los episodios de alto crecimiento impulsados por los precios de materias primas exportadas. El resultado final, es que, para las políticas públicas orientadas al crecimiento económico, el empleo no es un objetivo, sino un indicador ajustable desde las “políticas sociales”: el Estado se exime de su responsabilidad constitucional de garantizar la creación de los puestos de trabajo –en cantidad y en calidad, que la sociedad boliviana demanda (CPE, Art. 46).

Las ignoradas relaciones entre Empleo y Crecimiento

Luego de la gran crisis de 1929, economistas de la talla del liberal John Keynes, o del marxista Michal Kalecky, coincidieron en que el empleo, justamente remunerado, era el medio básico de distribución del ingreso, y la garantía de una demanda suficiente para absorber la capacidad del aparato productivo. Con estas premisas, se reconstruyó la Europa devastada por la guerra, y las economías occidentales, en general, lograron altas tasas de crecimiento con mejoras inéditas en equidad e inclusión social hasta los años 1970. En este proceso, avanzar hacia “economías de pleno empleo” era una meta no sólo deseable, sino posible.

Con el advenimiento del neoliberalismo abanderado por Milton Friedman en los 1960, la teoría económica –y la práctica política, privilegiaron un modelo en el que, el crecimiento económico, estaba fundamentalmente dominado por las inversiones (el capital) que determinaban el nivel de la oferta, en tanto que el empleo pasaba a planos subalternos con el fin de, entre otros, debilitar a los sindicatos y su alto poder de negociación en relación a los salarios.

En la visión neoliberal, el crecimiento depende básicamente del crecimiento de la inversión, y de la “productividad total de los factores (PTF)” que representa el crecimiento que “no puede ser explicado por el crecimiento de la inversión o del empleo”. En la práctica, como reconocen los economistas, la “PTF es la manifestación de nuestra ignorancia.”

Sin entrar a áridas discusiones teóricas, recordemos que el valor agregado que se genera en un emprendimiento, tiene por destino, uno, pagar salarios (la nómina o planilla, incluyendo aportes sociales), y, dos, el excedente o utilidad bruta que incluye las utilidades del dueño del capital, depreciaciones, intereses, alquileres, etc. Sobre esta base, es fácil mostrar que, en la economía real, el “sueldo medio” en una unidad económica (“empresa”), es el valor agregado que aporta cada trabajador (la “productividad laboral”), ajustado por el porcentaje del valor agregado que se destina a remunerar al trabajo.

La fracción del Valor Agregado que la empresa asigna a remuneraciones, puede estar afectada por el mercado, la normativa laboral vigente y otros factores, pero, en principio, es susceptible de ser modificada por las políticas empresariales hacia mayor ganancia empresarial o hacia una mayor equidad. Tender en una dirección o la otra, depende de principios y valores que guían a las políticas, y que se traducen en incentivos a la concentración del ingreso en los dueños de las empresas, o a la mejor distribución entre todos los que aportan a los procesos productivos.

Si el nivel de remuneración al trabajo es una decisión empresarial influida por factores internos y externos (p.e., el tamaño del mercado o la capacidad sindical de negociación), los dilemas y debates sobre emprendimientos públicos o privados, o sobre las formas capitalistas, socialistas o comunitarias de apropiación del excedente, se refieren específicamente a las formas, los principios o los criterios que predominan al definir la relación entre remuneraciones y el valor agregado. Tales distinciones no tienen sentido respecto al proceso inicial de creación del valor (valor agregado y productividad) que es un desafío común para todas las formas y tamaños de organizaciones económicas: maximizar el valor agregado (creado) con la mayor eficiencia y efectividad posibles en lo social, económico y eco-ambiental.

En resumen, el PIB y su crecimiento, dependen de la productividad –el valor de lo que produce cada trabajador, y del nivel de empleo (cantidad de trabajadores). Sin embargo, el efecto (o la calidad) social del crecimiento, depende de la medida en la que, la productividad, se traduce en ingresos dignos y efectivos para los hogares.

En otras palabras, el crecimiento sostenido e inclusivo de la economía, requiere el equilibrio entre qué y cuánto se produce, y lo que la sociedad demanda-consume; necesariamente, implica distribución del ingreso: no la re-distribución de riqueza acumulada, sino la distribución directa del valor (en salarios) conforme se lo crea en los procesos productivos, garantizando una capacidad de consumo compatible con la capacidad de oferta del aparato productivo.

Aunque básicas y obvias, estas relaciones resaltan que la creación de riqueza debe beneficiar a toda la sociedad y vincula los tres elementos básicos de la economía: producción, distribución y consumo.

Empleo Digno: condición necesaria para crecimiento con desarrollo

Partiendo de conceptos elementales, llegamos a la conclusión que las políticas que aumentan empleo, productividad y remuneración al trabajo, necesariamente aportan al crecimiento económico con reducción de la pobreza, en tanto que, las que las deprimen, tienen el efecto contrario.

La remuneración laboral se origina en el valor que el trabajo contribuye a agregar en los procesos productivos. Tres factores incrementan la remuneración neta global: la distribución primaria de la renta (cómo se divide, en las unidades económicas, el valor agregado entre la remuneración al trabajo y el excedente bruto); aumento del valor agregado y la productividad; y la creación de puestos de trabajo para ocupar productivamente a la fuerza laboral (a la vez que se le confiere capacidad de consumo).

Fuera de proyectos de “empleos de emergencia”, Bolivia no ha encarado políticas reales de creación de empleo digno con incentivos a la justa remuneración del trabajo y la distribución equitativa del ingreso, siendo la tendencia, por el contrario, a promover el “cuenta-propismo forzado”: bajo el eufemismo de “microempresas”, de productividad baja y con alta precariedad del empleo, se busca ocultar la incapacidad estructural de la economía para crear empleos.

Como la prioridad es “crecer exportando recursos naturales”, la inversión (pública y privada) se concentra en sectores intensivos en capital, en infraestructura física o en servicios, pero sin generar empleo productivo permanente; las políticas ocasionan distorsiones (tipo de cambio, enfermedad holandesa, etc.) que afectan a la producción interna capaz de agregar valor, y al desarrollo de la capacidad productiva, por lo que, desde 2006, unos cien mil profesionales han salido del empleo formal, reduciendo sus ingresos y la capacidad de consumo de sus familias.

Los políticos justifican la mala distribución primaria porque “el capital es el factor escaso”; aplican políticas laborales y salariales que acorralan al empleo formal, mientras celebran el cuenta-propismo forzado como expresión pura de “emprendedorismo” y de “profundización financiera”; ahogan fiscalmente a los contribuyentes capaces de crear valor y empleo, para cumplir “metas de recaudación”; persisten en el extrativismo “para re-distribuir excedentes”; y aspiran a diversificar la producción, pero fortalecen el boliviano y fijan el tipo de cambio “para abaratar las importaciones”...

En síntesis, a pesar de los discursos, de las ideologías y de los rótulos de los “modelos pro-pobres” seguidos a lo largo del tiempo, las políticas extractivo-rentistas nunca buscaron el bienestar colectivo a través de la creación de oportunidades de empleo digno para todos. Por ello, han perpetuado patrones de acumulación, pública o privada, que antes de hacer alguna mella para reducir la desigualdad, la preservan o la aumentan.

Generar oportunidades de empleo digno para todos quienes se incorporan al mercado laboral es, en consecuencia, desafío fundamental en una economía que privilegie a las personas como fuente de creación de valor, y a los hogares como los destinatarios directos y finales de los beneficios del crecimiento. Implica una profunda transformación conceptual de la “política”: superar el extractivismo, y las falacias neoliberales que niegan el rol protagónico del empleo en el crecimiento con desarrollo.

Para sustituir las tendencias actuales –que conceptualmente reflejan un empobrecedor y salvaje capitalismo neoliberal, la sociedad debe demandar soluciones que revindiquen, a la dignidad del trabajo, como la base fundamental del crecimiento sostenido. Pero privilegiar el empleo digno y productivo, requiere trabajadores que no tengan voces (¿auto?) embargadas por mantener visiones congeladas en la ideologización del salarialismo; empresarios con una clara visión estratégica del desarrollo; y políticos (y académicos) que entiendan la realidad para cambiarla, en lugar de esforzarse por ajustar la realidad a divagaciones ideológicas o teóricas.

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