12 Primeros pasos para abandonar el extractivismo
Abriendo la puerta hacia el camino del desarrollo productivo sostenible...
Primeros pasos para
abandonar el extractivismo
De la coyuntura a las
prioridades para el largo plazo: premisas
Como
consecuencia del análisis realizado a lo largo de esta serie, planteamos un paradigma alternativo de desarrollo que se resume en construir una economía en la que la creatividad
y el esfuerzo humanos sean la base de un crecimiento económico “eco-socialmente
sostenible”, con las personas como destinatarias directas y finales de los
beneficios del crecimiento.
¿Cómo
avanzar hacia el nuevo paradigma en un enrarecido ambiente en el que la multiplicidad y complejidad de los temas, sumada a la extrema
ideologización y polarización discursiva desde los diferentes grupos de interés
y de presión, amenazan hacer crisis en varios ámbitos? ¿Es posible hacerlo con las
cegueras ideológicas, políticas, teóricas y de conveniencia que soportan las
prioridades de los vinculados al poder político?
Cierto, los temas que confrontamos como sociedad son múltiples: institucionales,
económicos, sociales, políticos, y eco-ambientales; a ellos se suman muchos
otros “problemas” que no se vinculan directamente al
desarrollo, sino reflejan pugnas de intereses particulares, regionales o
corporativos. Pero ¿cuáles son los problemas que efectivamente impiden avanzar
hacia una economía de y para la gente?
La multiplicidad de temas y controversias que nos agobia, es una señal muy
clara de la falta de objetivos concretos (y de exceso de discurso y demagogia):
un problema es un obstáculo que impide
alcanzar un objetivo: si no se tiene el objetivo, no se puede definir el
problema. Esto es particularmente cierto en el manejo de la economía, ámbito en
el que las opiniones asignan importancias relativas a la deuda pública, déficit
fiscal, tipo de cambio, o la tasa de inflación, según preferencias teóricas personales.
Sin embargo, en las economías con mejor desempeño social, la atención se concentra
en mantener la ruta al objetivo, aceptando que los indicadores bajo los que se
logre ese cometido son “los correctos” independientemente de las tendencias y
los valores que recomiende la teoría.
En general, atacar temas sin visión, ni la capacidad o los recursos para
abordarlos seriamente, lejos de ayudar, malgasta recursos que se restan a las
verdaderas prioridades estratégicas; por ejemplo, ningún sistema educativo
tendrá sentido ‒menos contenido, si la sociedad no adopta principios que
sustituyan “la joda”, la “viveza criolla” o la “pega” por la excelencia, el
esfuerzo personal, la ética profesional y la eficiencia (productividad) como
valores sociales.
En este ámbito también caen las tendencias “desarrollistas” que
deslumbran con etiquetas y frases como “economías verde o naranja”, la
“revolución industrial de cuarta generación”, o slogans “Bolivia digital,
inclusiva, soberana”, etc. No es que las tendencias sean equivocadas; el hecho
es que, para ser útiles, requieren de un contexto institucional favorable, hoy
ausente.
La realidad: no podemos cortar a seco los ingresos del extractivismo,
pero debemos asumir, como tarea prioritaria, empezar a sustituirlos a partir de
la creación de empleo productivo que genere internamente los ingresos para un
funcionamiento básico de la sociedad Partimos de una economía con los más altos
niveles de precariedad del empleo, y la productividad más baja. La causa
primaria nunca ha sido la falta de opciones técnicas, de recursos materiales, ni
la incapacidad laboral de la gente; es la incompetencia de los políticos que,
prácticamente, han destruido sistemáticamente las bases de institucionalidad que
mantenían vigentes principios y valores sociales esenciales.
En estas condiciones, es insuficiente plantear acciones o políticas
económicas específicas, sin antes precisar la naturaleza de las condiciones
institucionales básicas necesarias, las que deben (re)construirse al ritmo que
permita que las políticas y acciones puntuales tengan los efectos esperados.
El Marco Institucional básico
Hace veinte años, planteamos que Bolivia era “un caso de institucionalidad
disfuncional” para el
desarrollo productivo y la creación de empleo digno. Hoy, lejos de mejorar, la
situación ha caído a niveles extremos. El manoseo político hundió la justicia en
un nivel de “pestilencia” inédito –así reconocido por los gobernantes, y la
administración pública ha sido tomada por asalto para extraer rentas a la
economía formal, como botín político y corporativo.
Reformar estructuralmente la justicia, es la tarea de mayor urgencia e
importancia, pero poner en marcha una efectiva reactivación de la economía, no
puede esperar a ese proceso que, sin duda, tomará unos buenos años. La solución
son reformas focalizadas en aspectos de mayor relevancia para des-represar la
capacidad creativa, productiva y emprendedora de la sociedad: la creación de
empleo productivo; y la reforma de las competencias autonómicas, porque la
creación de empleo parte de “lo local”.
Los factores determinantes para la creación de empleo digno
Para
incidir en la calidad social del crecimiento económico, deben aumentar el nivel
de empleo, el valor agregado, la productividad, y la participación del trabajo
en la distribución del ingreso. La productividad
laboral promedio en Bolivia, es de $us 6.000 (por trabajador/año), mientras que
la de América Latina es $us 24.000. Si las 150.000
personas que se incorporan al mercado laboral boliviano cada año lo hicieran
con la productividad laboral media de América Latina, Bolivia podría
alcanzar tasas de crecimiento del PIB del orden del 8% anual.
Crear esos puestos de trabajo requiere políticas públicas coherentes y
permanentes, es decir, Políticas de Estado. Las políticas “pro producción y
empleo” necesariamente deben considerar los cuatro ámbitos específicos que
determinan la tasa de crecimiento, la capacidad de agregar valor, la
sostenibilidad institucional, y la pertinencia eco-social de la economía:
a)
Mercados. El valor
agregado se materializa sólo si los productos se venden: el salario de los trabajadores
lo pagan los consumidores, por lo que el aparato productivo debe producir lo
que los mercados demandan, no solo “lo que saben producir”. Pero es imposible participar
en mercados demandantes con tipos de cambio, tolerancia a la competencia
desleal, o con políticas comerciales determinadas por razones políticas o por
intereses sectoriales.
b) Productividad y Gestión. No es posible “garantizar mercados” sólo con
medidas o acuerdos políticos. Las unidades económicas deben ser capaces de
competir en los mercados por su productividad y por la calidad de sus
productos. Aunque la mejora de la productividad es responsabilidad
esencialmente de las empresas, factores determinados políticamente –y externos a
las empresas, limitan la productividad. Las inversiones que podrían mejorarla,
se frenan por las amenazas del mercado, por un lado, y por la baja
competitividad general que no ofrece garantías a la inversión. A su vez, consignas
e ideologizaciones anacrónicas impiden acuerdos que podrían renovar e innovar las
relaciones empresa-empleados con el fin de “mejorar la productividad con
corresponsabilidad” por los resultados.
c)
Competitividad Social. La
competitividad es el conjunto de condiciones sociales, políticas, económicas,
culturales, laborales, ambientales, etc., que permiten a las empresas mejorar
la productividad. En este ámbito, Bolivia ha retrocedido significativamente en
el Siglo XXI: la sobre regulación y la arbitrariedad normativa, por un lado, la
orientación estrictamente recaudatoria de los impuestos, la competencia desleal
en las adquisiciones del Estado, las políticas comerciales y monetarias, etc., han
acorralado al aparato productivo nacional, lo que se refleja en la altísima
incidencia del empleo informal y precario.
d)
Cultura y Valores Sociales. Finalmente, es imposible una sociedad competitiva e inclusiva sin
una “Cultura Productiva”, que se sustente en el principio de que la creación de
valor y de riqueza se origina en el esfuerzo humano antes que en la renta de
los recursos naturales. En Bolivia, la cultura rentista, la aversión al riesgo,
la baja autoestima, el cortoplacismo, la cultura “del serrucho”, de la
transgresión y, sin duda, la cultura del conflicto, son “anti-valores” que
alientan las expectativas rentistas sobre los recursos naturales, inhibiendo el
gran potencial creativo y productivo que las y los bolivianos muestran cuando
salen a otros países que valoran el esfuerzo humano.
Institucionalidad, justicia y autonomías
Aunque, con un apoyo político básico, medidas
necesarias para iniciar un proceso sostenido de creación de empleo pueden
enmarcarse en la normativa vigente, no será posible sostener el esfuerzo sin la
reforma estructural de la justicia, la tarea de mayor prioridad y
urgencia.
Sin ser un tema estrictamente legal, el rediseño conceptual y funcional
de las autonomías es una tarea de corto plazo que debe ser abordada en un marco
de acuerdos políticos que hagan posible las reformas a la CPE en cuanto a la
“ingeniería competencial”, a las funciones que se asignan a cada nivel
territorial, y a los vínculos y relaciones entre niveles.
El modelo autonómico repite, a nivel departamental y municipal, el mismo
esquema sectorial que caracteriza al gobierno central, y ha multiplicado en
cientos de veces los apetitos políticos por el poder. Han gestado unidades territoriales con prioridades sectoriales
–cuando no solo políticas, poco o nada articuladas; la complejidad
institucional resultante y el desperdicio de recursos, es un obstáculo a la
transformación productiva.
En particular, los gobiernos subnacionales no tienen competencias en la creación
de empleo, aunque es un desafío fundamentalmente local. Tampoco pueden incidir en
la transformación
productiva en términos de mercados, mejora de la productividad, desarrollo de
competitividad o la sustitución de la cultura rentista por la de “producción y
empleo”.
Han centrado su prioridad en el gasto para visibilidad
política y en la pugna por los recursos del centralismo para solventarlo. Ante “el
fin del IDH”, solo la
diversificación económica y la transformación productiva aseguraría la
sostenibilidad económica y social para hacer viable a cada autonomía; por ello,
la meta inicial, central y común a todas ellas, debe ser desarrollar la
capacidad de generar valor creando oportunidades de empleo, dignos y
productivos.
En consecuencia, la
reforma autonómica daría el marco para corregir el rumbo, encaminando el desarrollo bajo premisas de subsidiaridad. Implica metas y responsabilidades compartidas en todos los niveles, superando
miradas y acciones sectoriales aisladas, haciéndolas todas funcionales al
objetivo de superar la pobreza mediante el empleo digno que solo puede generar
una economía diversificada, con las personas como fuente creadora de valor, y la
gente como depositaria directa y final de los beneficios del crecimiento.
RECUADRO 1
El
Empleo Digno frente al Trabajo Decente de la OIT
El Empleo Digno es central
al cambio del paradigma productivo y la base del patrón de crecimiento de
una Economía para la Gente. Los términos
"empleo", "trabajo" y “ocupación” se usan –equivocada pero
frecuentemente− como sinónimos. Lo mismo sucede con los adjetivos “decente” y
“digno” con los que se califican estos términos a fin de resaltar la necesidad
de revertir las múltiples formas de precariedad o de abusos en el trabajo. El
Tesauro de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) define:
Trabajo: “actividades humanas, remuneradas o no,
que producen bienes o servicios en la economía, o que satisfacen las
necesidades de una comunidad o proveen los medios de sustento necesarios para
los individuos”.
Empleo: "trabajo efectuado a cambio de pago sin importar la
relación de dependencia del empleado, es decir, si el empleo es dependiente
(asalariado), o independiente (autoempleo)".
El Diccionario define Ocupación,
como “actividades en las que la persona
ocupa su tiempo”.
En 1999, la OIT introdujo el concepto del Trabajo
Decente con cuatro rasgos
distintivos: los derechos de las personas en el trabajo, las oportunidades de
empleo, la protección social y el diálogo social. El concepto está muy
vinculado al trabajo en condiciones de dependencia (asalariado). Sin embargo,
la realidad en Bolivia es que la gran mayoría del trabajo se realiza por cuenta
propia y como único medio de subsistencia personal y familiar, en ausencia de
redes de seguridad y de protección social.
El Empleo Digno –propuesto por
INASET en 2001, se define como el trabajo remunerado al que tienen
derecho las personas para satisfacer las necesidades personales y familiares, contribuyendo
a su realización personal sin comprometer las oportunidades de generaciones
futuras; implica protección para las personas contra el “cuenta-propismo obligado”,
que impone la auto-explotación de la fuerza de trabajo en tareas o actividades
a las que se ven forzadas por la actual incapacidad estructural de la economía
para crea empleos.
En particular, como
reconoce al esfuerzo humano como origen del valor agregado, implica la
distribución equitativa de la riqueza entre los factores que contribuyen a
crearla, superando enfoques primarios que consideran al trabajo como mercancía
sujeta a oferta y demanda y, a la creación de valor, solo como fuente de ingreso
fiscal.
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