9 ¿Quién paga los Impuestos, y a quién benefician?
El Modelo Económico Social Comunitario Productivo en debate… (9)
¿Quién paga
los Impuestos, y a quién benefician?
Impuestos:
qué son, cuál su propósito, y para qué sirven
Los
impuestos son la expresión operativa del “programa fiscal-tributario” que todo
gobierno debe tener como el eje de sus políticas de desarrollo. Contrariamente
a la interpretación “de texto” y al discurso politiquero que “los impuestos
otorgan al Estado los ingresos necesarios para cubrir gastos e inversiones”, un
programa fiscal tributario considera a los impuestos como medios para un fin:
contribuir a que se cumplan las metas de las políticas nacionales desarrollo.
En
consecuencia, para que cualquier programa tributario –y los impuestos específicos,
tengan sentido, las metas del desarrollo deben estar previamente bien establecidas:
“los programas tributarios deben diseñarse como el instrumento de apoyo al
logro de los objetivos nacionales, y deben ser evaluados por cuán efectivos son
para servir el propósito”.
Para ello, los impuestos cumplen cuatro propósitos principales.
Primero, como instrumento de política fiscal, sirven para estabilizar el poder
adquisitivo de la moneda vinculado al control de la inflación, reduciendo o
aumentando el nivel de consumo respecto a la capacidad del aparato productivo
que, como hemos destacado en entregas anteriores, está muy vinculada al empleo y
al ingreso familiar que determina la capacidad de consumo de los hogares.
Segundo,
expresar las prioridades de las políticas públicas en la distribución del
ingreso (si la equidad es un objetivo político, la desigualdad después de
impuestos debería ser menor que antes de impuestos). Tercero, instrumentalizan las
políticas orientadas a subsidiar o a penalizar actividades específicas de
personas o empresas. Y, cuarto, son un medio para transparentar el uso de los
recursos públicos respecto al uso privado de los mismos (los impuestos reducen
la demanda y la capacidad de consumo de los privados al reducir el ingreso
disponible) dando a la sociedad la capacidad de comparar “peso por peso”, los
beneficios de las obras públicas respecto a la suma de los usos y consumos
privados posibles en ausencia del impuesto.
En este
contexto, un programa tributario se guía por temas esencialmente prácticos:
¿qué logrará los mejores resultados y generará las mayores contribuciones al
bien común? De ahí que los impuestos no son
para que el gobierno tenga recursos para financiar sus gastos: “los
contribuyentes no financian nada; simplemente ganan o pierden capacidad
adquisitiva según el gobierno manipula los parámetros de la política buscando
alcanzar sus objetivos.”
En síntesis, un programa fiscal-tributario tiene
el objetivo fundamental de des-represar la capacidad productiva nacional,
condición básica para diversificar la economía, crear empleo productivo, y
generar las condiciones para el desarrollo sostenido con equidad.
Contra este marco
conceptual, evaluamos el comportamiento y efectos de la política tributaria adoptada
por el MESCP, bajo tres parámetros: primero, ¿cómo se compara la presión fiscal
respecto al ingreso familiar (remuneración al trabajo) en Bolivia, con el resto
de la región?; segundo, ¿cuál es el efecto de la política fiscal boliviana en
el ingreso y en el consumo de los hogares?; y, tercero, ¿qué sectores económicos
están más afectados por los impuestos?
La presión fiscal en la región
Con datos
publicados por la CEPAL, Bolivia tiene la más elevada presión tributaria de
América Latina, pero sin ofrecer los beneficios sociales que ofrecen las redes
de protección social en otras economías. De hecho, el informe de CEPAL “Impactos de las reformas de política fiscal
sobre la distribución del ingreso: El caso del Estado Plurinacional de Bolivia”
(junio 2014), no deja dudas que la política fiscal boliviana no reduce la
pobreza ni redistribuye el ingreso: “para la equidad vertical, por la
progresión de tasas medias, […]los hogares con menor ingreso tienen una mayor
propensión marginal al consumo, […] la distribución del ingreso antes de
impuestos, es más regresiva que la tendencia del gasto de los hogares, […] y el
ingreso después del consumo y de los impuestos contribuye a incrementar la
desigualdad. En cuanto a la equidad horizontal, no hubo redistribución del
ingreso.”
La magnitud
relativa de las recaudaciones por impuestos a la producción y las
importaciones, en el caso de Bolivia es prácticamente igual al monto de la
remuneración al trabajo, mientras que, en Colombia, Perú o Ecuador, la
remuneración al trabajo puede ser hasta siete veces mayor que los impuestos. Como en Bolivia la gran
mayoría de los impuestos son indirectos –los paga el consumidor final, la política
fiscal reduce directamente el poder adquisitivo de los salarios, y la capacidad
de consumo de los hogares (ver tendencias de los temas 2 y 3).
Cabe notar que “cumplir las metas de recaudación”,
que las autoridades bolivianas exhiben con marcado orgullo, no toma en cuenta
tres particularidades de nuestra economía respecto a la región. Primera, la
pobreza en Bolivia afecta a más de la mitad de la población, situación que se
agudiza con la presión fiscal. Segunda, nuestra base material productiva es exigua
y está especialmente agredida por la estructura tributaria. Y, tercera, como
resultado, el mercado en Bolivia –que antes de cualquier impuesto ya es estrecho
en extremo, se ve aún más contraído por el peso de los impuestos.
Impuestos, remuneración al trabajo y consumo
La política fiscal ha transitado, de un esfuerzo
inicialmente motivado a fines de los 1980 por la necesidad de simplificar la
estructura impositiva y ampliar la base tributaria, hacia un esquema guiado
básicamente por metas de recaudación. La recaudación de impuestos afecta la calidad de vida de los
consumidores porque son ellos los que, en última instancia, pagan todos los
impuestos porque se trasladan al precio final de los bienes y servicios; los
productores o los distribuidores, sólo actúan como agentes de retención ante el
fisco.
Desde 2005, la participación de la remuneración al trabajo en la
estructura del PIB (ingreso) es cada vez menor por la creciente participación
de los impuestos en la estructura del ingreso. Pero, el efecto total sobre el
ingreso disponible de los hogares, es mayor de lo que las cifras sugieren
porque, además de una menor participación en el ingreso, los impuestos se pagan
con la remuneración al trabajo.
La participación de las remuneraciones en el PIB, cayó de un promedio de 36% en el año 2000, a 26% hacia el 2014; en el mismo período, las recaudaciones totales que equivalían al 40% del monto destinado a las remuneraciones, se habían más que duplicado (83%) el 2014. La menor participación de la remuneración al trabajo en el PIB, junto al aumento simultáneo de las recaudaciones en relación al ingreso laboral, tienen como consecuencia una significativa caída del consumo de los hogares en la estructura del PIB (gasto): mientras la remuneración cayó en 8 puntos porcentuales (pp), el consumo de los hogares lo hizo en 13pp.
La
interpretación de las relaciones de causa y efecto de estas tendencias, es que
el crecimiento del PIB no se ha traducido –directa y proporcionalmente, en
mayor ingreso para los hogares; por el contrario, la mayor presión fiscal ha
erosionado el ingreso familiar neto disponible para el consumo, de manera que
también cae la participación del consumo de los hogares en la estructura del
PIB (gasto).
Carga impositiva por sectores de
actividad
Si bien los
impuestos los paga el consumidor final, los efectos sobre el desempeño global
de la economía están también condicionados por las cargas relativas de cada
tipo de impuesto sobre los diferentes bienes y servicios que ofrece el mercado:
mientras más impuestos se incorporan al precio final de un producto, menor será
su posición competitiva frente a otros productos disponibles en el mercado pero
que no tienen la misma presión fiscal; la menor competitividad reducirá la
demanda neta, obligando a reducir la producción y el empleo remunerado, que
finalmente, reducirá la participación del consumo de los hogares en las cuentas
del gasto.
En síntesis,
una sobrepresión fiscal tendrá efectos diferenciados sobre los bienes y
servicios que ofrece el aparato productivo nacional, afectando también las
estructuras del consumo y del empleo, es decir, afectando el bienestar de la
ciudadanía.
Un indicador
rápido sobre la incidencia que la presión fiscal tiene sobre la actividad
económica, es la relación entre la recaudación fiscal aportada por cada sector respecto
al valor agregado que ese sector genera. Para reducir las distorsiones que introduce
el IDH (impuesto directo a los hidrocarburos: no lo paga el consumidor interno
sino los mercados externos), calculamos la relación entre los impuestos
recaudados (sin IDH), y el valor agregado que aportan al PIB los sectores
agregados (Extractivo, FAPI –Financiero y Administración Pública–, y Economía Real).
Entre 2006 y
2021, el sector extractivo y el agregado FAPI aportan, como impuestos, con un
10% de su valor agregado; la economía real aporta más del 30%, con la manufactura
como el sector más afectado. Pero hay diferencias muy grandes entre los propios
sectores: las bebidas aportan un 110% de su valor agregado como impuestos (más
propiamente, “los consumidores de bebidas pagan impuestos equivalentes al 100%
del valor real del producto que consumen”); la carga de impuestos en los
servicios de electricidad, gas y agua es de 220% sobre su VA; en el comercio
70%, en servicios financieros 100%, y en productos alimenticios diversos un 40%,
mientras varias actividades económicas no figuran como contribuyentes.
Por supuesto,
los comportamientos extremos pueden reflejar las estructuras y los mecanismos
sectoriales de retención y de pago de los impuestos, pero queda en evidencia
que, en lo global, mientras mayor el aporte de un sector a la generación de
valor agregado y empleo, mayor es la presión tributaria; mayor es su impacto en
los precios de mercado y, obviamente, menor su posición competitiva frente a la
competencia de las importaciones y, peor frente el contrabando que, finalmente,
son limitantes a la capacidad de la economía para crear empleo y dignificar los
salarios.
El resultado final: lejos de contribuir a fortalecer la
capacidad del Estado para aplicar políticas de desarrollo orientadas por la
eficiencia “eco-socio-económica” y la equidad social, existe una desigual
presión tributaria guiada exclusivamente por
metas de recaudación, que afecta muy especialmente a los sectores que más
valor agregado y empleo generan.







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